Esto es Fellini en su época multiloca. Ya había pasado su etapa más mesurada en que usaba a su esposa Guilietta Masina para dramas un tanto más terrenales y de una narrativa un poco más convencional, aunque a decir verdad decir «convencional» para describir a Fellini no me suena para nada acertado. Pero de cualquier forma, es importante distinguir estas dos épocas en su carrera ya que contienen diferencias estilísticas y narrativas bastante marcadas. El título podría ser traducido como «yo recuerdo» del dialecto de Rimini, el pueblo de donde proviene el director, y básicamente nos da una idea de lo que se trata el filme. Aunque este negó que fuera completamente autobiográfico, sí admitió que algunas escenas son inspiradas en hechos que vivió durante su juventud, pero verídicos o no, la película consiste en una serie de viñetas que combinan lo anecdótico con los sueños y las fantasías basadas en un grupo de amigos adolescentes, sus familias, y el pintoresco pueblo en donde viven.
La película está ambientada en la década de los 30′ en la era fascista de Italia, liderada por Il Duce, a.k.a, Benito Mussolini y contrapone las presiones y limitaciones ejercidas por esta facción política con las presiones y limitaciones que aún profesaba la Iglesia Católica y la influencia que tenían en el psique de la persona promedio, que se encontraba atrapada entre estas dos potencias sin mucha posibilidad de trascenderlas. Pero si bien todo esto puede sonar ultra dramático, en manos de Fellini todo es ridiculizado hasta un tono cómico, y la película adquiere una liviandad que la hace enteramente llevadera. Se centra principalmente en Titta, un adolescente que aún andaba de short (en la época en que los pantalones largos estaban reservados para adultos) pero que estaba ansioso por experimentar algunos de los beneficios de la adultez, principalmente los de tipo más sexual. De hecho, las exploraciones sexuales de los jóvenes adolescentes es uno de los focos principales del filme, y uno de los mejores logrados. Nos otorga algunas de las mejores escenas como las confesiones en la Iglesia acerca de la masturbación y el encuentro de Titta con la dueña súper tetuda de una tabaquería; ambos momentos sumamente divertidos.
Como era usual en Fellini, los personajes del encantador Rimini son excéntricos, exuberantes, grotescos y caricaturescos. Además de la ya mencionada tabaquera tetuda, tenemos un viejo y elegante narrador que de tanto en tanto nos deleita con informes detallados de la historia del pueblo, pero que es constantemente interrumpido por tonterías que suceden a su alrededor; la prostituta del pueblo, Volpina, una chica simpática pero con pocas luces; la monja enana mala onda; el tío loco de Titta que se trepa a un árbol y grita desesperadamente que quiere una mujer; el vendedor ambulante que tiene un arsenal de anécdotas fantásticas; la Gradisca, la mujer veterana de la que todos están enamorados, y la forma en que caminaba meneando sus caderas. En fin, ya se hacen una idea. Con esta sarta de personajes, la mayoría interpretados por actores amateurs ya que Fellini favorecía un rostro interesante antes que talento para la actuación, no es de extrañar que la película a menudo sea grosera, vulgar y, por qué no, bizarra, pero está tan recubierta por un velo de sincera nostalgia, que en vez de provocar rechazo, se siente como una auténtica evocación de una mente de un joven muchacho.
Este velo nostalgioso, además, es fomentado por una bellísima fotografía, tanto cálida como de colores impactantes y vibrantes, remarcando a la vez una dulce melancolía e impulsando los tonos exagerados de la bizarreada que abunda. Un efecto similar tiene la espectacular banda sonora del maestro Nino Rota, que aporta por momentos ternura y por otros una onda más carnavalera y que une las distintas viñetas creando una sensación de armonía muy linda. Aquí no podemos esperar continuidad, ni un impulso narrativo convencional; es más parecido a un collage de recuerdos, anécdotas, fantasías y sueños, y lo que en papel podría sonar un tanto pretencioso, no sufre ese destino porque Fellini lo aproxima con humilde franqueza y lo que transmite es absolutamente auténtico. Es la vida del adolescente varón, que salta de jugarretas con sus amigos, a tensos almuerzos familiares, a sus obligaciones en la escuela y en la Iglesia, a sus fantasías sexuales y sueños de fama. Es esto y mucho más, porque Fellini también les da su espacio a los adultos del pueblo, que en conjunto, como nos muestra el bellísimo final, parece más bien una gran familia. Es este amor y cariño que tiene el director por sus personajes, por su pueblo, por su mundo, lo que hace a Amarcord, su último éxito comercial, una película mágica.
Veredicto: 8/10