George Washington (2000)

Título en español: George Washington (vamos bien)

George Washington es mi tipo de película. Quería empezar con esa frase y dejar esa idea bien clara. Y ahora voy a seguir con mis pensamientos tal cual me vengan a la cabeza, olvidando párrafos y estructura, porque sentí la película como un stream of consciousness y eso me dio ganas de hacer. Quiero mencionar dos películas/directores que se me vinieron a la mente cuando miraba esta película: el director es Terrence Malick y la película (de otro director -Harmony Korine-) es Gummo. Al primero lo menciono porque en los primeros instantes de comenzada este filme, me pareció que estaba viendo una de sus películas, allá cuando no pretendía encapsular todos los misterios y preguntas del universo (como le pasó en El árbol de la vida o Deberás amar) sino que se preocupaba por capturar belleza y poesía en formato de imagen, de trasladar sentimientos y sensaciones, armonías entre el ser humano y la naturaleza. Y lo lograba mejor que nadie en sus primeras películas o incluso la no tan vieja El nuevo mundo. George Washington, del muy interesante David Gordon Green, comienza de esta manera, y de tanto en tanto, la película hace una pequeña pausa en sus momentos de narrativa más directa, y nos deleita con esos montajes deliciosos de escenas de este pequeño pueblo en Carolina del Norte, vacío, olvidado, arruinado, de paisajes post-industriales, edificios abandonados conquistados por la naturaleza, con un espectro de personajes excéntricos, niños correteando por las calles, interactuando con animales, nadando en la piscina municipal, hablando cosas de las que hablan los niños cuando están solos con sus amigos, en esos momentos inciertos entre la niñez y la adolescencia, luego de horas y horas y días y días eternos de hacer poco y nada, de sentirse atascados en un lugar que parece haberlos dejado de lado, con miedo de quienes son o de que nada serán. Son personajes que no existen en papel, en los guiones tradicionales de películas tradicionales, más bien parecen ser modelitos tridimensionales que el director y los actores no-actores sumergieron en una piscina de autenticidad y luego de empapados en esta, los pusieron delante de las cámaras y los dejaron ser. Y a diferencia de Gummo que mencioné más arriba, estos personajes no carecen de humanidad, se ganan nuestra empatía y compasión desde el primer minuto, porque los vemos y los reconocemos como seres reales y porque el director los trata como tales, parece quererlos incluso, nos los muestra en su fragilidad y nos pide que tengamos cuidado, los pintan con una fotografía amarillenta, cálida, a veces íntima y otras contemplativa, de exquisitas cámaras lentas, y por arriba, la narración hermosa de una de las chicas, de voz soñadora y dulce o una sinfonía inmensamente conmovedora (también sumamente parecida a las de Malick). En Gummo está todo deshumanizado, podrido, y sucio; los excentricismos se convierten en grotesco, el director parecería tener solo desprecio por lo que retrata y nos lo vende a través de escenas chocantes, baratas y repulsivas. En George Washington no hay una narrativa clara, hay un evento que sucede y alrededor del cual giran muchas escenas, pero no se trata de los quiénes ni cómos ni cuándos, ni tampoco de descuartizar las imágenes hasta llegar a una literalidad que nos dé consuelo; se trata de un pedacito de vida de un lugar alejado de nuestro mundo en que las circunstancias son quizás distintas a las nuestras, pero en donde las personas no dejan de ser personas.